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En el principio...


Las primeras palabras del libro de Génesis son “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen.1:1) – lo cual plantea ya una aclaración importantísima: No siempre fueron así las cosas. No siempre existieron las cosas – hubo un tiempo en que no hubo ni cielos ni tierra. Pero no es lo mismo decir que no había nada a decir que no había nadie – había alguien; un Dios soberano y creativo capaz de producir belleza, orden y toda clase de cosas (visibles e invisibles) de la nada.

La majestad de la creación por tanto, no es producto del azar, ni consecuencia del accidente – hubo un proyecto, y un supremo arquitecto – planeando cada aspecto de la creación y de la historia.  

Y en esta historia, el gran Dios se propuso no sólo darse a conocer como creador, sino también como redentor; ahí estuvo en los planes de Dios cada primavera y cada verano, cada amanecer y cada anochecer – se le puso fecha a cada eclipse, se le encontró espacio a cada huevo y a cada flor, se programó la temporada de cada fruto y legumbre; se hicieron los diseños de cada insecto, bestia, ave y pez – además del diseño de quien sería portador de la imagen del creador, Su representante y embajador. Y se anotó además una fecha importante y trascendental; se agendó la navidad – antes que las aves surcaran los cielos, antes que apareciera el arcoíris, antes que brotaran las flores, incluso antes que el hombre se escondiera de Dios, la navidad ya había sido programada.

Ahí estuvo el Verbo “en el principio” (Juan 1:1-2), ahí participó el Hijo con su creatividad, como heredero mismo de la creación (Col.1:15-16) -  Ahí estuvo el Cordero, dispuesto y preparado desde la eternidad para entrar al rescate de la creación (1Pedr.1:18-20).

Según la tradición, la temporada de adviento - ese lapso de espera por Jesús – comienza cuatro domingos antes de Navidad. Pero para Dios, la temporada de adviento comenzó desde la eternidad. Toda la historia fue planeada alrededor de este evento; el momento en que Dios se hizo hombre para redimirnos. Si la creación ya era “buena en gran manera”, la redención nos reveló mayores sorpresas: nuestro creador nos ama al grado del sacrificio.

 

…con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo.  (1Pe. 1:19-20)

 

 

Pensando en esto, oremos:

  • Señor, abre mis ojos para ver las maravillas de tu poder y tu grandeza plasmadas en la creación, para asombrarme ante la obra de tus manos y admirarme ante la belleza y bondad de todo lo que haces.

  • Dios Bueno, concédeme tu dirección para cumplir el rol que tú me has dado en tu reino, para ser un digno portador de tu imagen y reflejar tu carácter en todo lo que hago.

  • Padre Eterno, gracias por el regalo de la vida, por tu aliento que me trajo a la existencia. Hazme cada día consciente de que tú eres quien sostiene mi respiración y que te pertenezco en cuerpo y alma.

 
 
 

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