“Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”. (Gen 11:4)
He aquí el hombre usando todo su ingenio y toda su fuerza en un ambicioso proyecto arquitectónico cuya meta es alardear de una supuesta grandeza. Quieren llegar al cielo, desean que su nombre sea reconocido e incluso podrían estar desafiando al Dios que unas páginas atrás envió un diluvio y dejó regados los cadáveres por todas partes – “A que no nos esparcen de nuevo” es una posible interpretación – “Si una vez más intentan esparcirnos, tendremos una gran torre y un gran nombre”. De manera que detrás de este mega proyecto se encuentra la megalomanía del hombre, el intento del mortal traer gloria a sí mismo.
“Seréis semejantes a Dios” fue el ofrecimiento de la serpiente, y a partir de la caída, la humanidad ha pretendido de todas las formas lograr tal objetivo; engrandecerse, hacerse notar y magnificarse.
Y entonces Dios decide descender – el Dios de las alturas no negocia su gloria; sólo hay lugar para un Dios Altísimo. Y entonces descendió a darles una lección de humildad; no les quiebra las piernas, no les corta las manos, no les causa parálisis ni infartos cerebrales – apenas toca un pequeño músculo, la lengua, y causa que algo tan simple como pronunciar palabras se vuelva torpe y confuso.
Cuando Dios se hace presente en un punto de la historia, viene a traer juicio o viene a traer misericordia.
Y ahí quedó la construcción a medias, los ladrillos abandonados, los sueños de grandeza ridiculizados. Ya lo advertirá después; Dios al que se enaltece, lo humilla – esta historia no se trata de demostrar la grandeza del hombre, ni el gran potencial de la humanidad – esta historia es la historia de Dios, para su gloria, para anunciar Sus virtudes. Aquel descenso en Babel fue un acto de juicio, una lección de humildad.
Siglos después, ya no en Babel, sino en Belén, aquel Altísimo Señor volverá a descender, no en un acto de juicio, sino en plan amigo, con noticias de gozo y buena voluntad – descenderá no a confundir las palabras, he aquí La Palabra hecha carne; lleno de gracia y de verdad. Bajará en modo austero - sin carros de fuego ni caballos de batalla, sin corona ni cetro – como Rey, sí pero en carácter de siervo; envuelto en pañales. No viene a decirnos que somos grandes, vino a mostrarnos el gran amor de Dios, que a pesar de nuestra gran iniquidad está dispuesto a otorgar una grande salvación.

Cuando Dios se hace presente en un punto de la historia, viene a traer juicio o viene a traer misericordia. En babel se desató su juicio, en Belén se manifestó la gracia – la verdad que nos hace libres y el santo ser que nos dará vida y paz.
¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! (Luc. 2:14)
Pensando en esto, oremos:
❶Rey Soberano, dame la inteligencia y el vigor para trabajar en tu nombre, para ser buen administrador de tus bendiciones y honrarte con la obra de mis manos. Que tu bendición dirija mi trabajo de cada día.
❷Señor de gloria, mantenme humilde y abnegado; que mis logros y trabajos me lleven en gratitud y alabanza a ti, que me das el poder y la fuerza – que mi vista se mantenga en Cristo, el varón perfecto y sea transformado a su medida.
❸Padre bondadoso, gracias por hacerte presente en mi vida no con maldición y juicio, sino en bondad, misericordia y caridad – cuán amable y compasivo eres para con tu pueblo; concédenos en Cristo tu hijo nuevas misericordias cada mañana.
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